martes, junio 10, 2003

Los delfines sonrientes.


No se por qué o que hacia a hacia dónde nos dirigiamos; pero teniamos que pasar dos noches en un gigantezco barco, no se si bajamos a tierra firme y luego continuamos el viaje, o no se si fuimos una vez de ida y de regreso otra, el caso es que era yo un niño y me gustaba ver las estrellas de la noche en altamar.

La ultima noche en el mar recuerdo que mi papá tenia miedo de dormir, no le gustaban los lugares encerrados, de echo no le gustaban los hospitales ni las cárceles, cuando tenia que ir de visita a la cárcel se sofocaba del miedo, segun me comentó hace poco.

Yo no sabia que mi papá le tenia miedo al mar y que por eso no podia dormir en los diminutos y calurosos camarotes, sólo sabia que queria acompañarme para ver las estrellas.

En todo caso ni las miraba, sus ojos ni parpadeaban, deseguro tenia muchas cosas en mente, y me abrazaba cerrando los ojos, supe que necesitaba consuelo y lo abracé, contándole cualqueir cosa de la imaginación.

Se quedó dormido en cubierta, recargada su cabeza en mi pierna veía a mi héroe como movia los labios buscando algo de paz,

Pasaron las estrellas con algo de prisa silenciosa, esa prisa sin expresión alguna, como las señoras que limpian con rapidez las salas de los hospitales a los que mi papá tanto temia, el cielo sin luna se apretujó como una masa negra llena de foquitos de navidad, como un enorme mixtamal que mezcla maza negra con luciérnagas luminosas.

Me quedé solo en la cubierta, hasta que vi como alguien encendía una fogata del otro lado del horizonte, el humo se erojecía cada vez que soplaba y resoplaba, hasta que un ultimo zapatazo hizo brincar una braza que se quedo flotando redonda y graciosamente, imitando perfectamente el sonido del sol.

Los azules de altamar son intensos, no sabia que era más profundo, si el cielo inexcrutable y sin nubes, el mar alargado y rumoroso o el sueño con ronquidos de mi papá.

Me asomé por la parte trasera y vi como poco a poco se nos seguian unos delfines, al poco rato ya eran muchos, muchisimos delfines color gris que seguian felices la espuma de las enormes aspas que giraban bajo del barco.

Rotaban las aspas con pereza humana mientras las carcajadas de los delfines estaban destinadas solo para mi deleite, para que yo las saboreara, asi lo pensé.

A solas ahi, sin ninguno de los miedo que ahora me acompañan, creo que supe que habia en mi corazón un hermoso regalo divino, un don sencillo y hasta maravillosamente ingenuo: supe que la belleza no es fácil de conseguir, pero siempre será una tarea de uno mismo, una busqueda única y personal.