jueves, junio 12, 2003

MUSICA DESCORCHADA



Cuando era apenas un jovencillo me hice catador de vinos finos, no de los que estudian en escuelas o institutos de renombre, sino de los que se los toman, tomaba directo de botella incluso, sabia las marcas y los tipos, las regiones y las temporadas, pero a mi estilo:

Las marcas, pero las marcas que tenia una botella usada; tipos, pero tipos que no se terminaban su botella; regiones, pero regiones en la barra donde habia que tomar una botella de manera oculta; y termporadas, pero las temporadas en las que habia mas gente y por lo tanto más sobras de las botellas. No había ningíun problema, el vino tinto yl blanco tenían que tirarse si no se consumian una vez abierta la botella, ahí es donde entraba en escena mi persona.

Eso lo hacia porque era amigo de el cantinero del Palacio de Bellas Artes, el mejor lugar para pasar tu adolescencia.

En este escrito intentaré explicar como llegué hasta ese lugar y las circunstancias con que lo logré:

Regresemos unos años antes, quiza cuando tenía 10 u 11 años de edad.

A mi papá le gustaba sentirse culto, informado, y sentía mucho placer cuando nos llevaba a las temporadas de ópera, a las presentaciones orquestales que había en los grandes teatros de la ciudad. Wagner, Tchaitkosky, de Falla y hasta Mario Lavista eran humilados con las risas y galopeos, presecuciones y escupitajos que cuatro niños de 8 a 11 pueden ofrecer, para rematar recuerdo que despues de las corretizas me quedaba dormido roncando hasta que los aplausos me despertaban, quizá sera por eso que casi no me gusta aplaudir, hoy ya adulto, con mas de 30 años, cuando veo en las salas de concierto a esos furiosos aplaudidores pienso que ese publico tan urguido de aplaudir, son como pobres chimpances que entrenados, distingen de la música, sólo señal del termino de una obra sinfónica.

En pocas palabras nada de orquestal o de sinfónico recuerdo, sólo las bromas pesadas y los juegos, más bien recuerdo que a esa edad solía dar enormes paseos en bicicleta hasta los limites de la ciudad, llegaba hasta donde comenzaba el bosque y la carretera de alta velocidad.

Regresaba a mi casa ya cuando anochecía, recuerdo ver el tráfico descender lentamente por las grandes avenidas, recuerdo con cariño como el asfalto mojado hacía más amable las luces y los ruidos que inundaban aquellas noches, veia al cielo lleno de estrellas, sentía ganas de caer hacia arriba, creo que eso me hacia sentirme triste, quiza estaba lastimado de mi corazón, quiza sólo añadía un elemento más a mi personalidad, quizá es que me sentía muy solo, necesitaba mucho de la compañía de los demás, amaba a mi familia y sentía gran respeto por mis amigos; pero creo que la soledad siempre estaba junto a mi a esa edad, se instalaba comodamente a un lado mío, y hombro con hombro salíamos al encuentro de cierto espacio vacio, en busca de silencios y no de las salas de música donde todos creen saber que debes de hacer, o cuando hay que pedir el encore etc. Lo que yo necesitaba era de ese comodo anonimato que caracteriza a las enormes ciudades.

Despues de un tiempo cuando llego la adolescencia, la guerra de hormonas y de enfrentamiento con la sociedad adulta empeoro mi modo de ver al mundo, era una mezcla de ermitaño sociable, un solitario acompañado, un melancólico feliz.

Una sombra donde no hay árbol alguno.

Crecí en el centro de la megalópolis de Tenochtitlan, la enorme y mostruosa ciudad de México, eso me ayudó a que mis paseos sólo fueron más cortos y más bien enfocados, de niño sólo buscaba salir lejos, lejos lejos... pero ahora, a mis 15 años salia a ver las obras, los museos y los edificios históricos de la ciudad.

Quizá el fracaso en mi vida amorosa hacía mi vida tan solitaria, todas las mujeres que me gustaban me había rechazado de una u otra manera, no era yo ningún tímido, tampoco era físicamente desagradable, mucho menos era un listo e inteligente estudiante de esos que todo munda odia, no vestia ropas tan feas ni era tan desaliñeado, incluso tenía alguna suerte con las mujeres, pero cuando me conocian de cerca, cuando platicaba con ellas, les desilucionaba que yo fuera difente, es decir no tan sociable, no como esos chicos saludables y felices de los ochentas, con novias y carros, con peinados de moda y una cajetilla de cigarillos en la chamarra,yo no bailaba ni usaba ropas color pastel, color rosa o azul, era alguien más bien sobrio, no un vampiro o de esos muchachos de ahora que se pintan los labios y se maquillan el rostro, aunque fuí lector de cuentos goticos y de escritos de terror, nunca quize ser igual que aquellos que se vestian casi con con telarañas y soñaban con castillos ecantados, dráculas o calabozos u unicornios.

Así que en el amor nunca me fue bien quizá simplemente odiaba que la mayoria de las jovenes de mi edad sólo buscaran a ese tipo de chicos, los guapos con cadenitas de oro que supieran bailar, siempre sonrientes y con buenos modales y pantalones levis 501, yo odiaba todo eso, o quiza solo me sentía muy poca cosa para ellas.

Asi que cada día me aislaba más, sin embargo, tenía mis lugares favoritos y la música me comenzo a gustar más, solía sentarme en las calles a oir a los músicos callejeros mientras tomaba té de mi thermo, creo que me sentía una especie de antropólogo o investigador culto, quizá el rechazo que había experimentado con el mundo adulto, quiza el fracaso en mi vida amorosa (todas las mujeres que me gustaban me había rechazado) o quiza una melancolía mezclada con odio me mantenía como encapsulado.

Camine por todos lados, tenia mis rutinas, mis días favoritos eran los domingos, solía ir al Museo Nacional de Antropología e Historia a dibujar los enormes monolitos como la enorme mostrousidad de la coatlicue, me sentia acompañado por la violencia y salvajura de lo que representaba para mi esa gigantesca piedra.

Más tarde llegaba al Palacio de Bellas Artes, otra vez se hacia presente la música orquestal en mi vida, antes estaba enamorado de una de las chelistas de la Orquesta Sinfonica Nacional, era una argentina muy hermosa, con manos hermosas y delgas, cuando tocaba alguna parte intensa, serraba ella los ojos y hacia una cara de orgasmo que me provocaba erecciones de lo mas orquestales, con el perdon de Mozart y de Grieg.

Ese amor no duró gran cosa, descubrí que su esposo era uno de los de la orquesta y sentí raro el seguir erectandome por ella, en fin, esa tarde que me dí cuenta de ello, fui al bar de Teatro y me hice amigo del jefe de cantineros.

Esa fue mi rutina por años, hasta que me volvi a enamorar, ella era alguien más accesible, menos lejana, una edecan de cuerpo veleidoso y caderas de fuego, senos firmes y labios serenos, una mexicana muy apatecible.

Esa mañana, sali temprano, tenia unos 20 años ya, nunca habia tenido novia y me gustaba ir a sufir al ver a esa bella edacan.

En el primer movimiento quizá Bartók llenáse la sala con tejidos abstractos de vilonchelos y pujidos secos de trompeta, por mi parte yo llenaba mis tripas con reiesling travinier y xa(s); depués de regresar del medio tiempo, como en el fútbol, Dvorak danzaría suavemente ensima de un piano airado mietras tanto, yo degustaría un tinto de la region dónde nacio MENÉM el rioja o de calafia; cuando el gran finale se presipitára sobre el público, yo me precipitaría sobre un Jonhy Walker que tenía que pagar. Una vez medio ebrio, aplaudiríamos juntos el todo ese gran concierto.

Al finalizar el espectáculo, la señorita edecan se preparaba para ofrecer flores al solista, se veía estupenda, emocionada su rostro estaba iluminado de amor y admiración, el brillo de luz hermosa la habia conmovido, esa músca celestial la había elevado más allá de sus estudios de secretaria y sus dos abortos, sus piernas torneadas y su uniforme entallado convinaban perfecto con las flores que llevaría al pianista homosexual, probre de ella estaba enamorado de él y yo de ella, una de tantas cosas que me hacían infeliz en ese entonces.

Despues quiza les cuente un poco más, ahora... NECESITO UN TRAGO.





arrrrggghhhhhh