jueves, junio 12, 2003
La silla
Esta es una historia verdadera de la cual siempre he tenido una necesidad fuerte de callar; sin embargo en esta ocasión debido a que mi salud mental peligra y de que tengo evidencias irrefutables de mi pérdida del juicio, esta es la primera vez en que me veo orillado a contarla.. hoy un día hermoso y soleado, totalmente ajeno a lo que en mi corazón se anida.
Todo comenzó una mañana cuando al despertarme y después de tomar el riguroso café de las 7:30, noté cierto desarreglo en los libros de mi sala, y bueno, no es que siempre tuvieran un estricto orden ni mucho menos, simplemente es que recién había ordenando algunos libros nuevos, me habían obsequiado una colección de diccionarios pictóricos de imágenes y símbolos religiosos, era una colección ordinaria, muchas imágenes y bajorelieves que narraban el paso de los iconos y de los símbolos a través de la historia y sobre todo de la imaginación y la superstición colectiva de distintas civilizaciones. El tomo III, de la Edad Media, tenía además ilustraciones de maquinas y aparatos de tortura que ilustraba como se proporcionaban los castigos a los herejes que contradecían por ejemplo a el hecho de que la tierra era plana...
El detalle en el que me detuve y del cual nunca sabré que tanto es mera coincidencia fortuita o superstición exagerada, fue cuando al regresar a la cocina para servirme una taza más, encontré frente a mis ojos una silla de tortura justo como recién la había visto, bajo la sorpresa y el miedo, revise puertas y ventanas siguiendo algún rudimentario instinto de protección, fue entonces cuando una voz chillona me crispó el alma deteriorando para siempre mis nociones más elementales de lógica y de todo raciocinio:
-ES MOMENTO DE VENGARSE
Hice voltear mi cabeza a todos lados, hasta que me encontré con el rostro alargado y enfermizo de uno de mis pacientes de la Institución Mental donde trabajaba, se había fugado metiéndose en mi coche y por la noche había trabajado construyendo ese aparato, había trabajado en mi cochera desarmado los anaqueles de herramientas hasta terminar su trabajo
. -Jeremias, ¿como has entrado a mi casa?
Con mi tono de voz y mirándolo con energía intenté provocar en él cierta noción de jerarquía y autoridad, era demasiado tarde, pues observando su trabajo reconocí una preciosa obra de arte, era una silla de torturas perfecta, de corte limpio y de elegantes uniones, los materiales parecían preconcebidos para un mismo fin. Creo que ello se me noto en el rostro pues el paciente inquirió:
-ES HERMOSA, CIERTO
La manos atadas por la enfermedad mental y el desequilibrio social habían trasformado los millones de unidades de prozac en arte, en creación pura...
Desde entonces, cada vez que escribo historias como esta, me siento en la silla hermosa que mi hermano gemelo me obsequiase aquella feliz mañana, no importando que la gente piense cosas entorno a mi, de hecho, mi concetración mengua cada día un poco más, pierdo la noción del tiempo y he llegado a escuchar sonidos que provienen de los objetos, los olores, la geometria y los alimentos que conozco ya no son lo mismo; la realidad a la que estoy acontumbrado ha perdido su vigencia, no tengo tanto tiempo ni recursos como para poner atención a las habladurias de la gente, la gente es bruta, plebeya y vulgar.
Sospechan que mi nombre es Jeremías, ja, eso nunca lo sabrán.